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Un canto de quijada rota

Un canto de quijada rota

Reseña de 'Los días derrotados' de Hellman Pardo (Cuaderno Negro, 2016).

Tania Triana
Antonio Restrepo

Un canto de quijada rota

Luego de ganar dos premios de poesía con Elementos del desterrado, Hellman Pardo recibió el reconocimiento del libro accésit del Concurso Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá 2013 con Los días derrotados. Este poemario —con una portada de color negro en cartulina corrugada en la que aparece la imagen de un alambre de púas— insinúa, desde el comienzo, un tema central: la violencia. 

Ya nos hemos preguntado antes —Reseña de Si después de la guerra hay un día (Escarabajo, 2020)— ¿cómo escribir sobre la violencia en un país tan violento?, ¿cómo hacer memoria cuando las guerras internas, que siempre han sido muchas y simultaneas, no han cesado? ¿Qué decir de las masacres, los asesinatos, las víctimas y los desaparecidos?, ¿cómo retratar a los actores de la violencia?, ¿se puede hacer literatura sobre este tema sin caer en la violencia misma?, ¿qué tan crítico se puede ser? Así, como parte de los intentos por retratar la aproximación a este tema desde la poesía, vale la pena explorar este poemario.

Este libro está dividido en tres secciones. “El sol antes de caer”, “Los días derrotados” y “Apariciones”. La primera parte, que sugiere un anochecer metafórico (¿fin del día, del conflicto, de la muerte o del fracaso?), habla sobre las masacres que se han ejecutado y padecido en el país. Los títulos de cada poema son topónimos del lugar de una masacre y cuentan con títulos auxiliares entre paréntesis. “Yolombó (Crónica de los muros)”, “Bojayá (Parábola del aire)”, “El Aro (Piedra de sangre)”, “Caloto (Tierra dormida)” y varios más que recorren Mapiripán, Santo Domingo, El Tigre, Chengue, La Horqueta, Macayepo, Cumaribo, Urrao, El Salado, Jamundí, Barranco de loba, Remedios, Ciénaga, Trujillo, La Resbalosa, La Rochela, Bahía Portete, Tacueyó, La Garraba, Colosó, La Chinita, Mutatá, Dadeiba y San Pablo. Algunas recordadas, unas que suenan familiares aunque no del todo y otras que seguramente se pierden en las listas interminables que terminan por borrar su singularidad. ¿Acaso ustedes, quienes leen esta reseña, se detuvieron palabra a palabra, lugar en lugar? 

Esta forma de titulación crea una estrategia peculiar. Nombrar cada masacre da un rostro, un nombre y un lugar al que voltear. Sin embargo, cuando el nombre es la única referencia sobre los hechos y el texto entre paréntesis tiene más fuerza, la toponimia pierde el sentido. Poemas como “Jamundí (La escritura invisible)”:

        Nosotros
        único estruendo posible
                                     en el tímpano de Dios 

podrían referirse a cualquier masacre en la que los estruendos, gritos, explosiones y llantos (los sonidos de las masacres) son protagonistas. Aquí, la ambigüedad de los tres versos sobre la violencia crea una imagen poderosa, así como borra el hecho. O “Cumaribo (Breve discurso del águila)”, una sucesión de imágenes de la violencia en la naturaleza, con elementos como la piedra, el cadáver, el gallinazo y el río, que ya han aparecido en otros poemas, no dicen nada del lugar o la masacre que allí ocurrió. Puede ser cualquier río, cualquier piedra y cualquier gallinazo. Así, mientras retrata y denuncia la violencia, esconde los hechos. 

Son pocos los poemas con alusiones claras a los lugares en donde ocurrieron. Y, aunque, no es necesaria esta alusión, pues la poesía no debe ser directa y jamás le pediremos a un poeta una crónica o un reportaje de los hechos —ya que la poesía se juega el lenguaje en buscar nuevas formas e imágenes para pensar— hacer las alusiones tan ambiguas y centrar la reflexión en el título del paréntesis da pie a que los lugares sean intercambiables y todas las masacres se mezclen en una sola masa informe de violencia. Las víctimas podrían ser cualquiera, así como los victimarios y el espacio. Únicamente en tres poemas vemos la particularidad al reconocer los Montes de María, el Cauca y el río Guaviare. En otros, se sugiere esa particularidad por la flora y la fauna particular que allí aparece en el espacio. Pero, no hay rostros ni actores, eso queda de tarea para quienes quieren leer el libro.

Así, cuando el poema “Dadeiba (Sangre en cosechas)” cuestiona al lector con el verso “Qué poco sabes del ayer” —un verso que muestra la necesidad del conocimiento del pasado—, da cuenta de la debilidad del libro: tampoco dice mucho. Los hechos y las personas quedan sumidas en la tierra, el agua, el fuego o el viento —un tema sobre el que ya volveremos—. Por esto, resulta paradójico que el poema cierre de la siguiente manera:

      Volvimos nuestros rostros

                       un silencio y una soledad
           por los pastizales de la hacienda.

La afirmación juega con la ambigüedad. Nos acusa —e incluye a la voz poética en la reclamación— de indiferencia, de cobardía y, al tiempo, muestra como actualmente se busca reconocer lo acontecido. ¿Volver el rostro al pasado o girarlo cuando se ejecuta la violencia? Es, entonces, la pregunta que lleva a pensar que, aun cuando en la mayoría de los casos los títulos toponímicos podrían ser intercambiables u omitidos, al tiempo, pueden exhorten a investigar.

Por su parte, la segunda sección del libro cuenta con tres poemas sin título —aunque numerados— que reflexionan sobre los velorios, los entierros y las tumbas. Los días derrotados asemejan los días de los duelos. El último poema (“III”) simula la imagen del cementerio: 

       Lápidas cubiertas de siemprevivas
                        fuentes secas
                                         bordadas por el milagro
             cuatro o cinco crisantemos pálidos
                         un moscardón zumbando en el oído del tiempo
             la brisa rápida que se dispersa y desgasta la derrota
             los adoquines desencajados
                                                                donde nace el forraje del olvido.

Las imágenes sobre las lápidas son la derrota. Unas cuantas flores, unas fuentes secas y material desencajado, que muestran la ruina, aquello que queda luego de las masacres. Sin embargo, también se hace una advertencia que resuena con el poema más famoso de la nobel de literatura polaca Wislava Szymborska: cuando aparezca la hierba que cubra “causas y consecuencias”, llegará el olvido.  La violencia se ha ido y solo queda una especie de huella en la naturaleza y el paisaje.

Finalmente, la tercera sección, “Apariciones” está dividida en poemas segmentados sobre los cuatro elementos naturales. Aquí, se consolida la propuesta más fuerte del libro. La violencia se traspasa al paisaje. Desde el comienzo, con poemas como “Yolombó (Crónica de los muros)”, la violencia aparece en los restos de paisaje que se muestran. “Dicen por ahí / que los gritos permanecen adheridos a las paredes”. Igual en “Cumaribo (Breve discurso del águila)”: “En el viento / el tañido funerario de las desapariciones”.

Los muertos y sus ecos han quedado en la naturaleza. 

Al final del libro, con los poemas “Agua”, “Tierra”, “Aire” y “Fuego”, se traspasa toda la violencia a los elementos naturales. Ya no hay lugares violentados, es la violencia que quedó en el ambiente, en los árboles con cadáveres, en el viento que reinan los buitres, en el aire del aire derrotado y hasta en el fuego de los fogones y los incendios. 

Creemos que algo falta en el poemario, pues la ambigüedad espectaculariza y borra la violencia. Nombrar algunos lugares y cubrir de naturaleza no basta. ¿Qué significa poetizar o trabajar poéticamente (o trabajar desde la poesía) la violencia? ¿Es estetizarla?, ¿es convertirla en una reflexión ambigua? Puede terminar como dice ese poema que no dice nada:

      De nunca nadie nada
                       en la nada nunca nadie.

      Nadie ni nada en lo nunca
                                                              no.

Es un camino de exploración válido. Pero, ¿todo quedará bajo el forraje del olvido?, ¿hablar de la violencia sin darle un solo rostro, no la relega a su desaparición? 

Recomendado para: quienes tienen pareidolia y ven rostros en todos los arbustos.