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Reseña de Si después de la guerra hay un día (Escarabajo, 2020)

Reseña de Si después de la guerra hay un día (Escarabajo, 2020)

Reseña de Si después de la guerra hay un día (Escarabajo, 2020)

Tania C. Triana
Antonio Restrepo

Reseña de Si después de la guerra hay un día (Escarabajo, 2020)

Los ejercicios de memoria que se realizan en torno a los eventos marcados por la violencia cambian de acuerdo con el contexto a partir del cual se elaboran. No es lo mismo narrar una guerra desde la ciudad que hacerlo desde el campo. Tampoco lo es evocar los momentos en los que se ejecuta la violencia que contar las secuelas de estos. Cada voz y cada vivencia cambia la forma en que nos aproximamos a la violencia. Ese cambio es el aspecto central que articula y da sentido a la antología de poemas Si después de la guerra hay un día, que publicó la editorial Escarabajo en el 2020. Henry Alexander Gómez y Héctor Cañón Hurtado, los compiladores, exponen en la introducción la intención detrás de su propuesta: presentar un panorama en el que se puedan ver los diferentes puntos de vista y aproximaciones temáticas que realiza la poesía contemporánea al conflicto armado en Colombia

La violencia que, según los curadores, antes era esquivada por la poesía, se convirtió en un asunto ineludible. Gómez y Cañón resaltan que la generación de poetas nacidos entre 1977 y 1991 decidió escribir sobre los eventos que la marcaron tales como el narcotráfico, el paramilitarismo y el resultado negativo del plebiscito a los acuerdos de paz entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), entre otros hechos. Pese a que se escogieron 47 poetas de diferentes regiones del país para elaborar la antología, la representación afro e indígena —en cuyas comunidades el conflicto ha dejado su impronta particular— es mínima. Este asunto resulta problemático a la luz de la portada del libro: una fotografía, tomada por Christian Escobar Mora, en la que una mujer afro se asoma por su ventana en Buenaventura. 

Otro de los puntos en los que se detiene la introducción es la época cargada de incertidumbre donde se sitúa la propuesta del libro: el 3 de marzo de 2020. En medio del asesinato sistemático de los líderes sociales y excombatientes de las FARC, los crímenes de Estado y la prolongación tanto del paramilitarismo como del narcotráfico, por nombrar algunos casos críticos, Gómez y Cañón se preguntan “¿Y para qué escribir en tiempos de apocalipsis?” (p. 12). Su respuesta, que da apertura a los textos seleccionados, apela al carácter de la escritura que la ubica “por encima de las diferencias” (p. 12) y que permite edificar “una casa fraterna con la gratitud de la palabra” (p. 12). Así pues, la antología, que está organizada en orden cronológico y reúne diversos hitos del conflicto, abre como mínimo dos posibilidades de lectura: el estudio de la influencia que tiene el lugar de enunciación de los poetas en sus aproximaciones a la violencia y la identificación de las temáticas transversales que articulan el libro, sobre la que se desarrollará esta reseña. 

Uno de los ejes centrales es, por ejemplo, el problema del lenguaje frente a la violencia: ¿qué se puede hacer o decir frente al conflicto y los actos violentos? “El poema que no quiso ser escrito” de Marisol Bohórquez revela desde su título la tensión entre el sujeto, el conflicto armado y la palabra que será desplegada en el texto:

       Yo vi la guerra antes de mi nacimiento
        conocí el llanto de mi madre
        y el estrépito en el corazón de mi padre
        antes que los cantos de cuna
        Vi el naranjo agrio llorar sus naranjas podridas
        y servir de refugio a quienes bajo sus ramas
        intentaron borrar el infierno de la memoria
        Y me preguntan a mí ¿por qué no escribo poemas acerca de la guerra?
        A mí, que aún sigo intentando callar el eco de sus voces durante mis sueños (pp. 88-89)

Aquí, la voz poética realiza un acto de resistencia al no hacer de la violencia el tema central de la poesía de la autora. Pues la violencia ya ha penetrado los espacios interiores y acecha el presente, como acechó el pasado, con un gran eco. 

 La potencia del lenguaje también es abordada por Fadir Delgado en los últimos versos de “Lo que diga está lleno de polvo”: “Siempre la palabra que se escucha como la explosión de un tiro / Esa misma palabra que cava su tumba dentro de mi boca.” (p. 130). La agresión que, al parecer, reside en la palabra, se manifiesta en el sonido ensordecedor que provoca su emisión y, aun cuando su pronta expiración podría amortiguar la aflicción o la molestia, sus ecos no dejarían de resonar y habría conseguido ocupar otro lugar. 

Así, dentro de este eje, se puede ver cómo varios poemas reflexionan sobre la fuerza y la violencia que carga el lenguaje y que, por lo mismo, podrían esconderse dentro de sus versos. Se postula la advertencia del poder y del peligro que hay en la escritura.

El espectro del conflicto trazado en la antología también aborda las consecuencias materiales de la violencia. Tal es el caso de la aparición continua de los cadáveres desperdigados por los ríos que a veces pasan de manera efímera, como sucede en uno de los versos de “Labranzagrande” de Fabio Andrés Delgado —“el río abrazó los muertos que el demonio fue dejando a su paso” (p. 167)— y en ocasiones, como en “Invocación a los ríos paralelos” de Fernando Vargas, capturan la mirada: 

        Alguien trajo el rumor:
        Una suerte de injuria contra el río;
        dejamos de desangrar nuestras ropas en sus orillas,
        de beber de sus aguas.
        Situamos cruces imaginarias en la creciente,
        para sospechar la dignidad del camposanto (p. 136).

Los cuerpos, despojados de sepulcro, transforman la función del río que se convierte en un resguardo temporal. Más cercano a la fosa común que al cementerio, diluye la identidad y acelera el deterioro del cadáver. La constancia de estas imágenes evidencia la naturalización del evento que, al igual que una rama arrastrada por el agua, no provoca desconcierto. 
 

(Otro río cargado de cadáveres aparece en el poema “Encuentro” de Kirvin Larios. Este se puede leer en la antología de poesía amorosa Nuevo sentimentario)

La normalización de la violencia también es tratada desde diferentes perspectivas. El poema “Cuando era niño” de Carlos Andrés Jaramillo se detiene en aquella que se ejerce a diario:

       y no teníamos con nosotros
       sino al hambre
       íbamos al matadero
       Veíamos desangrar las reses
       Asistíamos al tajo
       Llorábamos por la impresión
       (…)
       Cuando coagulaba la sangre
       podíamos partirla en trozos
       como carne (p. 174).

Si bien el llanto es producto del impacto en este poema, nada indica la validación o la reprobación de lo acontecido, simplemente expone la situación. La visión, aparentemente inocente, postula una cadena de hechos: la necesidad, el sacrificio y la recompensa o, en su defecto, el paliativo.

Amalia Moreno, por su parte, advierte en su texto “El mal concreto” las situaciones cotidianas que, aun cuando pueden vincularse con el conflicto armado, están sujetas a otros problemas:

       El mal empieza
       en el mal concreto
       en el mal principio
       en los malos materiales

       (…)

       se levanta mal el techo
       se levantan mal los hijos
       duermen mal comen mal

      (…)

desarrollo malo padres malos
mala confianza mal civil
mala persona malo el juicio (p. 192).

La exposición de la violencia estructural que corroe el tejido social revela “el mal de adentro” (p. 192); ese que permea todas las instancias públicas, el que se filtra en los espacios personales y que, además, revela que en lo cotidiano habitan múltiples males. Tal como se revela al principio de la antología, con el poema “Aquí y allá, en el recuerdo, la realidad” de Lauren Mendinueta, la violencia está tras los recuerdos y la cotidianidad. Así, se abre la posibilidad de una nueva lectura de la poesía colombiana en la que la violencia no sólo está detrás de los actos y las estructuras, sino también detrás de todos los versos y palabras. 

Así, el acierto de Si después de la guerra hay un día radica en que excede su objetivo. Los poemas trazan un mapa en el que la poesía que se aproxima al conflicto armado del país no se restringe a las violencias enmarcadas en la guerra interna, sino que también visibiliza otras. La mayoría de textos compilados en la antología, en lugar de estar por encima de las diferencias, las reconocen, las señalan y las acogen. Lejos de condensar las perspectivas como sugiere la introducción, logran elaborar puentes de diálogo entre voces, enfoques y experiencias. 

Antes de cerrar, sugerimos al lector, por la densidad del asunto central del poemario, dosificar su lectura y tomarse un tiempo entre poema y poema para evitar la saturación que, a veces, impide reflexionar y continuar. 


Recomendado para quienes esperan un día después de la guerra.