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“En el lugar que se quiebra”

“En el lugar que se quiebra”

Reseña de 'Revoluciones lentas' (2022), de Christian Rincón

Juan Sebastián Ríos Bustamante
Guillermo Molina Morales

“En el lugar que se quiebra”

La poesía como una manera de bordear con palabras un centro al que no podemos acceder enteramente. Las superficies, las cortezas, los cuerpos como frontera, así como el deseo de alcanzar esa certeza indecible que apenas intuimos. La experiencia de la decepción, también el vaho en la proximidad del encuentro. Estos son los ejes del poemario Revoluciones lentas, publicado por la editorial Escarabajo en 2022. Su autor, Christian Rincón (Bogotá, 1992) había publicado previamente, en la editorial Lectores Secretos, Cánsate cuerpo en 2020, junto a la ilustradora Catalina Villegas. Esta segunda entrega viene apadrinada por algunos nombres destacados de la literatura colombiana actual, como Tania Ganitsky (a cargo del prólogo), Juan Álvarez y María Paz Guerrero (quienes elogian el libro en la contraportada).

Revoluciones lentas muestra un proceso de búsqueda poética que apunta en diversas direcciones. Los poemas que podríamos denominar “lentos”, como aquellos titulados “Tedio”, “Escapismo” o “Envíos”, entre otros, muestran una gran capacidad de observación detenida y de búsqueda de la palabra precisa para dar cuenta de una mirada ávida. Como resultado, al lector le queda la sensación de haber asistido a una pequeña epifanía doméstica, como el olor posterior a un aguacero. El poema “Materia luminosa” es una buena muestra de lo dicho:

       Las plantas que crecen en el techo
       son el prólogo del mundo
                                   también yo he sido la noticia del
       afuera
       me siento en el sofá
       y finjo profundidad
       en un cruce espectacular de piernas
       para tener la excusa de las raíces
       y aparecer en el lugar
       que se quiebra (p. 23).

El poema se desarrolla a través de la metáfora inicial sorprendente, la cotidianidad irónica y la reflexión metapoética de los últimos versos. Las transiciones entre los tres momentos son sutiles: todo el poema está compuesto de una sola frase. De fondo, la principal tensión se percibe entre el “afuera” y el “adentro” (en este caso, incluso adentro de la tierra, con la mención a las raíces). El poeta se sitúa en un punto intermedio, “el lugar / que se quiebra”. El discurso, de hecho, ya se había quebrado a través de la ironía (“finjo profundidad / en un cruce espectacular de piernas”).

Dos de los mejores poemas del conjunto (“Foforro” y “Otro foforro”) se sitúan en el momento posterior a la fiesta. En ellos podemos ver la concepción de la poesía como una reflexión decepcionada, un poco carente de lustre, tras una vivencia intensa, relacionada con una agudeza particular de los sentidos, de la experiencia del ojo. Los últimos versos de estos poemas tienen cierta resonancia que puede dejar una impresión duradera en el lector, como en el caso del citado “Foforro”: “nuestra forma de hacer presencia / se parece tanto a las despedidas” (p. 42). De nuevo, encontramos una sugerente encrucijada, cercana al oxímoron, cuya profundidad es matizada por una posición irónica inicial, sentada desde el título y el epígrafe de Don Omar: “Dale, dale, Don, dale”.

El tono general del poemario, sin embargo, está muy lejos del reguetón. La “lentitud” anunciada en el título se relaciona con el detenimiento, incluso la ternura, con que el poeta observa la realidad cotidiana. Muchas veces, los escenarios son familiares y con evocaciones de la infancia. En este sentido, el título Revoluciones lentas sugiere movimientos de frecuencia menor. La desaceleración, de hecho, podría considerarse “revolucionaria” en nuestro mundo de inmediatez capitalista. Así parece sugerirlo el poderoso poema “Tarjeta de vanidad”. Aunque comienza reconociendo que “En estos poemas tranquilos / no se acaba el capitalismo”, el sujeto concluye: “de ese movimiento / hago una carta de renuncia / que llevo conmigo a todo lado” (p. 38). La poesía, por lo tanto, aparece como una revuelta íntima que abre posibilidades nuevas, aunque no suscite acciones inmediatas y espectaculares.

“La poesía odia a todo el mundo” es otro poema interesante que muestra el escepticismo ante el hecho poético y su capacidad de operar sobre el mundo. El tono general es irónico ya desde el título, un tono que habíamos encontrado en los poemas anteriormente citados, pero que ya no se muestra de manera sutil y puntual, sino con un desparpajo continuo. El poema adquiere una narratividad, a la manera de Frank Báez, aunque resulta un tanto plana y superficial. Estos son rasgos que encontraremos en varios poemas del conjunto (“Conspiraciones”, por ejemplo), y que protagonizan las páginas finales del poemario: posiblemente, las menos logradas del libro.

Esta variación de tono puede descolocar al lector, aunque no de manera positiva. Es difícil conseguir un clima de mirada lenta, y es fácil romperlo con la velocidad desatada de algunos poemas que persiguen a toda costa ser irreverentes. Otros elementos del poemario también parecen arbitrarios. Particularmente, las divisiones en capítulos, los títulos de estas divisiones, y las citas que componen los epígrafes con referentes dispares que parecen estar ahí apenas para llenar los espacios entre los poemas. Hay también poemas sugeridos por una motivación externa que suenan gratuitos, como “I can´t breathe”, que comienza con “Sabe el cuello lo que el culo pesa” (p. 52): un verso que François Villon utiliza como burla de trickster (el sujeto cínico que se burla de su propia condena a muerte en la soga) y que resulta inadecuada para referirse al asesinato de Eric Garner.

Con todo, el balance del libro es francamente positivo. Destacamos el desarrollo de una visión particular de lo cotidiano a partir de una mirada voraz y exhaustiva. Esta visión, además, no es monolítica, sino que está veteada por una conciencia irónica que cuestiona la capacidad del acto poético para dar cuenta de esos rayos de epifanía que el ojo capta en las vivencias de todos los días. Sin embargo, a pesar de este quiebre, existe cierta confianza en que a partir del poema puede empezar una revuelta, una revolución íntima y tranquila.