Antonio Restrepo
Estefanía Rodríguez Rozo
Alba atroz El día en caída, escrito por la poeta quindiana Yeni Zulena Millán Velázquez y
publicado digitalmente por Nueve Editores en abril de 2020, es un libro doble (quizás
múltiple) que le apuesta a la mezcla del lenguaje coloquial y las escenas cotidianas con los
enigmas y el hermetismo, para generar reflexiones sobre la experiencia, la feminidad, la
animalidad, la vegetalidad y el tiempo. Por esto, es un texto para quienes gustan de la
relectura, las imágenes extrañas, el acercamiento a los lenguajes personales de quienes
escriben —que, como lectores, no llegaremos a entender en su totalidad— y la interpretación
libre.
El primer rasgo que resalta de este libro es su composición miscelánea y entrecortada. El
texto está divido en dos poemarios aparentemente independientes y, a su vez, subdividido de
diversas maneras. Por un lado, con una serie de fotografías, en su mayoría de hongos, grietas
e insectos, puestas entre los poemas del libro. Y, por el otro, con apartes más breves. Lo cual
vemos en El día en caída, que cuenta con las secciones “Antes del verbo”, “Cautivas II”,
“Galletas de la fortuna” y “Algunos otros días”.
Sin embargo, esta discontinuidad no aleja los poemas entre sí, ni convierte al libro en un
pastiche de escritos inconexos. Por el contrario, la continua segmentación tuerce los ritmos de
lectura y rompe con la linealidad de los poemas, para crear puentes y conexiones que
permiten transitar la obra de diferentes maneras. El mismo libro lo advierte en los versos del
primer poema, “1989”, cuando dice: “dos cosas a mi alcance sucedieron / la segunda antes
que la primera” (6). Aquí no hay linealidad. Lo último puede ser lo primero.
Por ello, es curioso que el segundo poemario abra con la sección “Antes del verbo”. Una serie
de poemas que reflexionan sobre un momento del lenguaje, el pensamiento y la poesía previo
a la lengua. “Antes del verbo” —dice su primer poema— “un continente de alas, / una
armadura traslúcida, / un pleamar de armonías”. Así, las imágenes que usa la quindiana son
etéreas y flotan por el espacio. Está el universo y una voz sin cuerpo (casi un fantasma o un
ángel) que no se pensaba, pero corría y era espacio.
De la misma manera, allí hay una reflexión sobre los comienzos. Luego de ese tiempo, sin
historia ni cálculos, se forma un cuerpo y las palabras. En esa medida, podría pensarse que
esta sección es otro inicio que habla de un momento previo al primer poemario. Es anterior a
sus páginas. El mismo juego del doble título, con el alba y el día en caída, sugiere dos
momentos cíclicos que nos piden darle vuelta a la lectura y jugar con el orden. De nuevo, el
libro nos permite romper de la linealidad de su ordenación. Es curioso, pero no tiene índice (y
no parece un descuido editorial).
En el libro, también hay un extrañamiento del espacio. Los poemas tienen casas que parecen
selvas, grandes torres cercanas al cielo y, al final del libro, un camposanto que es el alfabeto
mismo. La referencia al Cementerio Libre de Circasia, cuya estructura física es simulada con
letras, asemeja la Y a la bifurcación de una de las vías del pueblo y la O a sus forma circular.
Así, al leerlo asistimos a apuesta por otros tiempos y otros espacios, reforzada por lo cifrado,
ya que el cementerio no es directamente mencionado, sino insinuado.
Otro aspecto fundamental del libro es la tensión que puede leerse entre lo inerte y lo vital; así
como entre la vida y la muerte. Las fotografías dan cuenta de la tensión al presentarnos una
naturaleza lúgubre. Humedad y hongos sobre paredes, troncos, espejos herrumbrosos y
grietas. Sin embargo, son las voces del poemario, y Millán como su autora, quienes unen los
hilos que atan estos grandes tópicos. En “Entrospectiva”, por ejemplo, vemos el con las
naturalezas muertas y la muerte viva:
Desierto
me declaro desierto
los esqueletos (¡blancos!)
cuchichean desnudos
recuerdo haber tenido manos
antes de esta blancura sebácea (18)
El desierto, como un espacio infértil, está habitado por esqueletos que murmuran. El color
blanco es una constante. Aquí, la poeta juega con lo sensorial de la palidez, el cuchicheo y lo
blanquecino que tiene y, al tiempo, no tiene vida. Una vida después de la vida (o antes de
ella).
Así, con este y otros ejercicios similares, Millán logra la contundencia de la muerte y la hace
un sensorio para su escritura. El libro se siente como una oda al perecimiento y a la muerte.
Pero, la muerte no es un punto final, sino una fuga que se entrelaza con la vida, la naturaleza
y las palabras. El séptimo poema de “Antes del verbo”, dice: “La poesía es un animal de
sacrificio. / Tiembla, en cada litro de fiebre entre sus venas. / Es el signo adorable del
cuchillo / antes de apaciguar su agitamiento // El poeta es un criminal. / Retrotrayendo
fuerzas / sin furor, en cenizas.” (35). La muerte sacrificial traerá el poema, pero el poeta
tendrá que matar ese animal en el que fluye la poesía. Lo poético, allí, es algo ardiente, una
fiebre entre la sangre; y el poeta (que sigue la línea planteada por Rimbaud), un asesino que
solo puede traer cenizas. Empero, tenemos un poema en el que late la poesía. Y, más que el
sacrificio, la tensión ritual.
En “Nana para una muerte esperada” sucede algo parecido. Se intercala la inocencia de los
arrullos con cruentas imágenes como los puñales, la sangre y el dolor. La muerte se hace
parte del sensorio de la vida y entra en contacto con la misma para tensionarla:
Arrurú, cariño
Arrurú, temor
guarda mi puñal entre tu corazón.
Arrurú, ternura
Arrurú, dolor
¿No es dulce la sangre cuando sabe a amor? (44)
De nuevo, la poesía tensa vida muerta y muerte viva; cariño y dolor; nacimiento y muerte;
comienzo y fin. Aquí, además, de una forma macabra que da un giro al uso popular del
arrullo y lo hace extraño y miedoso.
Aquí, la feminidad es otro elemento bastante llamativo. La reiterada relación de lo femenino
y lo natural va más allá de los sentidos convencionales como la fertilidad. Hacia el final del
poema se escribe “Arrurú, horror / la bonita niña muy quieta quedó” (44). Con lo cual, Millán
devela la presencia femenina entre lo vital y lo lúgubre, al mismo tiempo que esta presencia
sucede entre lo herbario y lo floral. Otro poema que hace hincapié en la mujer es el segundo
de la sección “Galletas de la fortuna” (tres poemas cercanos a los aforismos y las sentencias),
cuya referencia directa a la maternidad sacrificada desmonta el sentido romántico que suele
dársele a la crianza.
a tus nanas sollozadas
no fuimos niñas
ante un plato vacío (46)
Es el sollozo, y no la ternura, es el factor que se resalta. Tanto irónico, cuando el arrullo y la
nana que leímos está cargada con la tensión entre muerte y vida.
Sin embargo, el poemario no da una respuesta afirmativa por la feminidad. No la presenta ni
la afirma. En cambio, es multiplicada por la muerte y sus múltiples posibilidades. El mejor
ejemplo de ello es el poema de “La mujer duerme con un gato bajo su cama” en el que se
traza la vida de una mujer y su gato, y la comunión sagrada que tienen en la casa. La voz
poética traza una línea temporal de quince años, la vida promedio de los felinos, de tal
manera que el inicio está marcado por la limpieza que realiza el gato y que propone esa
sensación de vitalidad en la casa, pero que al final, con las telarañas, el polvo y los recibos
apilados, se reduce a la muerte:
[...] e Isabel
y los huesecitos del gato bajo su cama
siguen durmiendo aunque la puerta se abra [...] (13)
La mujer cambia y muta. Se hace naturaleza viva, pero también naturaleza muerta. Y, como
en todo el poemario, viva muerta y muerta viva.
Con estos destellos de tiempo fracturado y accesible desde cualquier punto, sentimos que
Millán logra en este poemario de múltiples voces, vidas y muertes, un giro a cotidianidad la
vida que es torcida por las imágenes enigmáticas y etéreas como las de “Antes del verbo”. Es
un poemario tan abierto como cerrado y contiene la tensión de lo vivo y lo muerto.
Recomendado para: quienes después de ver El origen no supieron si la vida es sueño y los
sueños, sueños son.