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Una sólida senda y una conquista sin norte

Una sólida senda y una conquista sin norte

Reseña de Impertinencia de todo IV: poemarios Senda de Daniela Gaitán y Brevísimas crónicas de Indias de Nicolás Peña Posada (Culo de guayabo, 2020)

Santiago Erazo
Guillermo Molina Morales

Una sólida senda y una conquista sin norte

En los últimos años se está desarrollando en Colombia un circuito de poesía “underground” que se caracteriza por la actitud lúdica y desenfadada, por la escritura de poemas de tono coloquial y referentes cotidianos y por las ediciones caseras y baratas, difundidas en bares y en Internet. En este contexto, surge el colectivo “Culo de guayabo”, coordinado por José Rengifo y Sergio Muñoz. Entre otras acciones, este grupo mantiene una editorial que, hasta el momento, ha publicado cuatro números de la colección Impertinencia de todo. Cada uno de los números, que se pueden leer a través de la plataforma Isuu, recoge o bien dos ensayos o bien dos pequeños poemarios. Brevísimas crónicas de Indias, de Nicolás Peña, y Senda, de Daniela Gaitán son precisamente los dos poemarios que componen su penúltimo número, el cual ahora reseñamos.

No cabe duda de que el proyecto “Culo de guayabo” cumple una función esencial en el panorama de la poesía colombiana: ayudar a construir una alternativa al tono solemne con que se piensa este género. El número cuarto que nos ocupa ofrece, por otro lado, dos caminos muy distintos a la hora de entender la relación con la poesía. De hecho, podemos preguntarnos sobre la pertinencia de publicar de manera conjunta dos poemarios tan distintos. El diseño de los ejemplares (en especial, la portada y las imágenes internas), el concepto de la editorial (caracterizada por una visión desenfadada) y el propio prólogo favorecen al segundo de los poemarios, el de Nicolás Peña, mientras que resultan contraproducentes para enfrentarse a la lectura de Daniela Gaitán. Por seguir la analogía de las Brevísimas crónicas de Indias, aquí se han yuxtapuesto europeos e indígenas sin mestizaje ni mediaciones.

A Daniela Gaitán (Bogotá, 1993) le correspondería el rol europeo, si lo caracterizamos por una tendencia al orden y la mesura. Cabe señalar, antes que nada, que Gaitán ya había mostrado una diversidad de posibilidades creativas. Particularmente, en los libros JuliaCon/cavidad encontramos experimentaciones formales que muestran la inconformidad y el deseo de encontrar formas de expresión propias. En el poemario que ahora reseñamos (Senda), la autora ha decidido reducir el riesgo y apostar por la contención y la coherencia, lo que le permite el logro de una sólida unidad (con la interesante excepción del poema 16).

Senda propone una reflexión sobre la soledad del sujeto humano desprovisto de certezas y obligado a caminar a tientas entre las palabras. Los primeros poemas parecen situarse antes de la caída, cuando todavía es posible creer en “una sola cosa / llamada eternidad” (poema 3). Esta eternidad parece vislumbrarse a través de una experiencia amorosa y se representa en el agua del mar, a cuya orilla se tienden los cuerpos. Sin embargo, el sujeto poético pronto percibe el fin de aquel intento: “la historia ya fue, solo quedamos nosotros” (poema 7). Es entonces cuando comienza la “senda” que anuncia el título, una senda paradójica, puesto que consiste en “la ironía de seguir / andando sin camino” (poema 8). Con todo, la primera mitad del libro, titulada “No olvides el mar. También la sal es parte de tus huesos”, nos deja, precisamente, la sensación de haber estado cerca de “aquello que no se puede escribir” (poema 6), tras lo que llega el “viento fuerte”, la “sal del olvido” y la “sed” (poema 9).

La segunda mitad del poemario (“Este camino está casi hecho. Solas las casas. Sola la ciudad”) mantiene un tono más rabioso, como si la pérdida definitiva hubiera acelerado el pulso de los poemas. Este tono se enfatiza gracias a un ritmo más cortado, con protagonismo de un encabalgamiento que hace sentir la búsqueda descentrada. El poema 15 puede servirnos para entender mejor la potencia, y también las debilidades, de la propuesta:

       Las gaviotas parecen perfectos alfileres
       del mar. El recuerdo que no buscaba.
       Mis pies huyendo de sus pasos.
       Vislumbro en la atmósfera incompleta que nos
       rodea, el desplome perverso de las aves
       hacia el vacío oscuro del alma (p. 29).

El lenguaje evoca un paisaje marino, en concordancia con la primera parte del libro, en el cual ya no se busca la comunión sino la huida del recuerdo. El ritmo (tanto en las frases breves como en las que continúan a través del encabalgamiento) ayuda a crear la sensación de movimiento y el contraste entre el interior y el “afuera” del sujeto. El “desplome perverso de las aves” (posiblemente, las gaviotas fijas como “perfectos alfileres”) suscita un momento de intensidad emocional. Desafortunadamente, el último verso (“el vacío oscuro del alma”) utiliza una expresión imprecisa y desgastada que nos expulsa de la “senda” que el poema esbozaba. En definitiva, el poema muestra la potencia evocativa (a través del buen manejo de la imagen y del ritmo) de la poeta, así como el peligro de resguardarse en abstracciones comunes.

Nicolás Peña Posada (Bogotá, 1991) se ubica en la otra antípoda de este poemario. Frente a la contención, se yuxtapone un libro que se decanta por el riesgo. En la poesía latinoamericana contemporánea —especialmente la de los últimos cincuenta años— se ha abierto una vera poco leída y explorada: la de los poetas que han indagado en un lenguaje arcaico, que remite a tradiciones poéticas como la del Siglo de Oro o el referente colonial. Cuatro casos particulares vienen a la mente: en el Perú, la obra de Carlos Germán Belli, quien logra incrustar el habla limeña dentro de métricas clásicas; en Chile, los poemas de Rafael Rubio, cuya exploración de la tradición barroca —no neobarroca— ha sido muy apreciada por la crítica; en México, La sodomía de la Nueva España, de Luis Felipe Fabre, un poemario en el que el homoerotismo y la homofobia aterrizan y se personifican en el México colonial; y en el caso colombiano, la obra del poeta samario Álvaro Miranda (1). El libro de Peña podría inscribirse en estas latitudes. 

Las convenciones usuales del lenguaje colonial aparecen en Brevísimas crónicas de Indias desde el primer momento: títulos con minuciosa descripción del contenido del poema, un vocabulario arcaico, construcciones sintácticas y prosódicas como el hipérbaton o la unión del pronombre y el verbo ("dijéronse", "hacíanles"), entre otros recursos estilísticos. Lo que quizás más llama la atención de estos poemas, aparte del hecho de alejarse un poco del registro coloquial que la poética de Peña siempre ha tenido, es el parecido que tienen con parte del trabajo del anteriormente mencionado Álvaro Miranda. En ambos, el registro arcaico procura momentos de humor, y en ambos hay elementos de lo contemporáneo, en una especie de disonancia cronológica.  

En el caso de los poemas de las Brevísimas crónicas…, estos elementos aparecen con cierta intermitencia: gorras Adidas, aerosoles o esferos marca Lamy tienen acá una aparición intempestiva; objetos que, además de su efecto humorístico, parecen trazar un vínculo con las lógicas neoliberales que, desde los años noventa, han actuado en Colombia. Estas comparten con la conquista española las dinámicas de extractivismo y globalización que siguen siendo vigentes:

       que no es historia aquella
       si en papel bond no se escribe
       se repetían unos a otros (p. 47).

Además del humor, producido por la unión de lo colonial y lo contemporáneo, los poemas de Nicolás Peña y de Álvaro Miranda se asemejan por un proceso investigativo que de seguro antecedió a la creación poética. Sobre Miranda, por ejemplo, es conocida su faceta de historiador y gran conocedor del contexto sociopolítico de la Colonia y los procesos independistas latinoamericanos. No en vano, empleando estos conocimientos pudo escribir novelas como La risa del cuervo, en la que la cabeza decapitada del prócer venezolano José Félix Ribas ficcionaliza el contexto histórico de su muerte. En el caso de Peña, se puede ver en su libro una investigación previa a la hechura de los textos, la cual, de seguro, pudo haber sido más extensa, así como la búsqueda de más referentes, para lograr así una mayor verosimilitud e inmersión dentro del lenguaje colonial.

Más allá de esto, una posible falla del poemario podría estar en la división maniquea que se hace entre los conquistadores y los indígenas, la cual no se atenúa con las referencias contemporáneas. Esta división entre buenos y malos, además de reducir la complejidad historiográfica, tiene también el riesgo de volverse repetitiva. Así, ligeros detalles de la cotidianidad de los españoles, como la comida o el alcohol, tratan de establecer particularidades entre un poema y otro, pero la base de los mismos —la dialéctica conquistador y conquistado— vuelve prescindibles algunos poemas. 

Quizá el mayor mérito que tienen estas breves crónicas es el diálogo que algunos poemas establecen con el conflicto armado colombiano. Esto se ve especialmente en el poema “Brevísima crónica de las Indias número veinticinco”, en el que se aterriza a la Masacre de las bananeras con el contexto colonial, encontrando así imágenes muy potentes y muy bien elaboradas:

       y fue entonces que los bananos
       comenzaron a salir todos negros y podridos
       porque dentro guardaban de su mucho amarillo
      los inmensos gritos de los desaparecidos (p.73).

Sin embargo, es una lástima que no utilice con frecuencia este tipo de referencias. Así, aunque los poemas de Peña muestran una muy buena habilidad técnica, una búsqueda novedosa y el mérito de asumir un riesgo, aún no permiten ver un proyecto concreto que, como ocurre con los referentes latinoamericanos anteriormente mencionados, proponga una mirada diferente del pasado y una actualización novedosa en el presente.

De esta forma, tanto Senda como Brevísimas crónicas de Indias conforman una apuesta editorial relevante e innovadora, que da cuenta de una labor poética que se ejerce en los extramuros de la institucionalidad o de los espacios más hegemónicos de la poesía colombiana actual. Con sus aciertos y desatinos, ambos poemarios dejan ver que proyectos como el de Culo de guayabo son necesarios para diversificar el panorama literario y multiplicar las nuevas miradas hacia el ejercicio poético.

Recomendado para acercarse a la diversidad de la poesía más joven


(1) Se podrían mencionar también casos más liminales, como el del argentino Leónidas Lamborghini y su deconstrucción de poemas de Fray Luis, Garcilaso, Góngora o San Juan de la Cruz.