Antonio Restrepo
Tania Triana
“El mundo va a acabarse antes que la poesía”, escribió Tania Ganitsky como verso de apertura de las dos primeras versiones de Desastre lento. El mundo va a acabarse y habrá varios apocalipsis llenos de muerte y violencia, y luego, tal vez, nuevas comunidades, nuevos habitantes y hasta un nuevo mundo. De esa bisagra entre el fin de un mundo y el comienzo de otro nace el poemario Canciones desde el fin del mundo de Yuliana Ortiz Ruano (Esmeraldas, 1992). Un texto que nos hace preguntar, ¿estamos en un fin del mundo?,
Con imágenes violentas, cuerpos disolviéndose, una toponimia tanto dislocada como renombrada, y cantos de cuerpos rehechos, Ortiz Ruano intenta dejar un testimonio del desastre, del matricidio, de la violencia y de los efectos generales del fin del mundo: cómo llegamos a él y qué será de nosotros.
Dividido en tres partes, este poemario juega con una escritura híbrida entre verso y prosa, que, mientras avanza, cuestiona al lector por la diferencia entre ambos tipos de escritura. Las líneas pasan a ser renglones divididos por barras diagonales y los versos se acomodan dentro de bloques de prosa. La primera sección, “Canciones desde el fin del mundo” cuenta con veintiocho “Cantos” en los que se suceden algunas escenas del fin del mundo llenas con los sonidos, los ruidos y las canciones que se escuchan durante este evento. Luego, la sección “Glory box. Poemas de amor para dummies” cuenta con un par de poemas tradicionales y poemas llamados “dummy” (que podrían entenderse como bocetos), mientras la voz poética abandona el verso como línea y tiende a la prosa. Por último, “Coda” cuenta con un largo poema de amor que puede leerse a manera de manifiesto y un cierre, “Explosión”, que finiquita la catástrofe que se ha cantado a lo largo del texto.
Ahora bien, este texto gira en torno a dos ejes. La sonoridad (de nuevo, el canto y la escucha); y la disolución (de la voz, de la escritura y de la identidad). Además de reflexionar, constantemente, sobre cuál es la razón detrás del canto del fin del mundo. Por un lado, en los primeros cantos se repite:
¿Para qué seguir oyendo canciones de amor
si en pocos segundos
nuestros huesos serán partículas
en el seno de una estrella sin nombre?
Versos cuya versificación luego varía ligeramente a:
¿Para qué seguir oyendo canciones de amor
si en pocos segundos nuestros huesos
serán partículas en el seno
de una estrella sin nombre?
El cuestionamiento tendrá múltiples respuestas a lo largo del libro. Aunque será, de una u otra forma, para no desaparecer.
¿Y qué es lo que suena, además de la voz poética? Los corazones, dice en el “Canto V”, ensordecen como un rin gong. Las mujeres, por su parte, en el “Canto VII,” hacen tambores en sus vientres para contrarrestar ese sonido. La voz poética hace instrumentos con los huesos de su padre, así como los niños construyen tambores “con los cráneos de sus madres”. Y, entre todos, hacen canciones paganas que se “cuecen en el viento”.
A veces, las canciones son “como látigos” en las sienes; a veces, son “como dagas en los ombligos oceánicos”; a veces, “saben a sacrificios prehispánicos” o “sirven de tumba” aunque sus oyentes todavía no estén muertos. Así, los cantos son breves y pesan a los lectores. Podrían ser nuestras tumbas; podrían apaciguarnos, como apaciguan a las masas del poemario; o podrían atacarnos, por la violencia que cargan con su ritmo veloz y contundente.
Por esto mismo, el sonido, el ruido y el canto ganan una centralidad en este proyecto. Pero, la voz poética nos insiste desde el comienzo en que más allá de la comprensión, hay que escuchar, pues esa es la única acción posible. La masa de sobrevivientes no comprende, pero oye. Al final, el poema hablará por sí solo y será el testimonio que quede para los habitantes que sobrevivan.
Nunca tuve miedo, padre,
pero no quiero desaparecer
sin que los nuevos habitantes de la Tierra
escuchen las canciones desde el fin del mundo
y escuchen el ruido de vivir amando a tu padre
y que él no quiera cruzarse
siquiera con tu sombra.
Los cantos quedan como testimonio de los errores y la violencia que nos llevaron al fin del mundo. Y a eso debemos enfrentarnos como lectores: a escuchar/leer los sonidos del fin del mundo. Y nosotros, como lectores, debemos preguntarnos, ¿cuál es nuestro lugar de escucha?, ¿el del nuevo habitante de la Tierra o el del sobreviviente en las masas del fin del mundo?
Por otro lado, durante el poemario presenciamos como los cantos y las voces empiezan a disolverse, una imagen que se repite frecuentemente en el poemario. La escritura en verso empieza a disolverse en prosas divididas con barras diagonales, como si los versos lucharan por seguir siéndolo. Por eso, muchos poemas se ven así:
“He sido madre tantas veces / Innumerables partos /Partos como diosas / Partos que me hicieron agua / Doy a luz todos los días / hijos que recojo en los bares, / hijos que encuentro como astros adheridos en la arena de la playa […]
Algunos conceptos también se mezclan de la misma manera, aunque sin el espaciado que tienen las palabras entre las barras diagonales: “hijo/esposo/miedo”, “monstruo/persona”, ánima/miedo”, “persona/ánima”, “miedo/canción”, son algunos de los conceptos nuevos. Y así, el slash crea tensiones y uniones durante el libro.
Otra disolución se da en el espacio, los “himnos nacionales se pierden” y el mundo vuelve a ser una gran “Pangea/plato”. Poco a poco, la masa se convierte en polvo y cenizas. Y todos vamos volviendo a la Tierra, que es representada como una gran madre a la cual matamos. Además, la voz poética es múltiple. Dice: “Solo quiero ser una mujer pero soy cientos de ellas”.
Para el cierre, las amigas, las hermanas y la generación de la voz son, todas, “un caballo de hierro en llamas”. Un caballo mecánico de carnaval, un juego que nos une. Entonces, llega la explosión. Se nos responde la primera pregunta, por qué se canta: por el hambre, por el silencio, por la violencia que se vive y por la compañía que se busca. Y así termina el mundo. El pasado y el futuro se desgarran en una imagen, mientras el presente lo presencia:
Ayer
la que fui
y la que seré
se descuartizaron en el filo de mi balcón,
lo que salió de ellas fue un río
de miel negra.
[…]
Señor, ayer
la que fui y la que seré
se descuartizaron
en el filo del balcón de mi casa.
El pasado y el posible futuro se acabaron, pero hay una voz que lo canta. Ese es el fin del mundo.
Recomendado: para quienes esperan un apocalipsis que les permita rehacer el mundo y descasar un jueves.