>>>
Laberintos de espejos

Laberintos de espejos

Reseña de 'Los años extraños de mi vida', de Nicholas Laughlin (Mantis Editores, 2020)

Juan Sebastián Ríos Bustamante & Guillermo Molina Morales

Laberintos de espejos

La literatura del Caribe anglófono tuvo su despertar a mediados del siglo XX, con una generación de escritores que encontraría su reconocimiento definitivo a través de los premios Nobel obtenidos por Derek Walcott en 1992 y por V.S. Naipaul en 2001. De los escritores posteriores, han sido traducidos al español narradores como Jamaica Kincaid, Caryl Phillips, Robert Antoni, Edwidge Danticat, Oonya Kempadoo y Marlon James, quienes dan buena cuenta de la vitalidad creadora de la región. En cuanto a poetas, sin embargo, muy poco conocemos. Al igual que sucede en el Caribe francófono con Aimé Césaire, parece que el nombre de Walcott ha ensombrecido la obra de quienes escribieron después.

El entusiasta trabajo del poeta y traductor venezolano Adalber Salas Hernández llega para cubrir en parte esta ausencia. Salas ha publicado, o está cerca de publicar, traducciones de poetas recientes como Shara McCallum, Safiya Sinclair, Richard Georges, Lorna Goodison y el que ahora nos ocupa, Nicholas Laughlin. Laughlin (1975), que nació y vive hasta la fecha en Puerto España, capital de Trinidad y Tobago, es conocido por su activa labor cultural en torno a revistas como The Caribbean Review of Books y encuentros como el Bocas Lit Fest, quizás el festival más importante de literatura caribeña. Como poeta, ha escrito dos libros, ambos publicados en Peepal Tree Press: The Strange Years of My Life (2015) y Enemy Luck (2019).

Los años extraños de mi vida nos suscita unas expectativas que el libro pronto contradice. Tanto la tradición literaria regional como el propio título de la obra apuntan hacia una exploración de la identidad individual y de la compleja cultura caribeña. También los títulos de los poemas parecen indicar este mismo interés: “Lámparas, relojes, espejos, mapas”, “Leyendo historia”, “Autorretrato en los neotrópicos”. Sin embargo, lo que encontramos en los versos es una multiplicidad tan desconcertante que pronto desistimos de encontrar un hilo conductor.

Pongamos como ejemplo el poema “Si viniste aquí buscando noticias”, que, por su brevedad, podemos reproducir entero:

       Lo que te diría es lo que me diría
       si yo no estuviera aquí.
       Tenía cinco direcciones a la vez
       y solo un imán (p. 101).

En los primeros dos versos, se plantea una situación de interlocución compleja, que supone un desvío del habla directa. Por otro lado, en los siguientes versos, no se narra ningún tipo de “noticias”, sino que se abre todavía más el discurso. En el original inglés, el verso dice “It was five directions at a time”, pero nunca se aclara qué representa el “it”. Hubiera sido menos ambiguo traducirlo por “Había cinco direcciones”, lo que no desmerece una traducción, por lo demás, impecable, lo que podemos comprobar al haberse editado el libro en versión bilingüe. El inglés del original, por cierto, se acerca mucho al inglés estándar, lo que no es habitual en la poesía caribeña, muy atenta al dialecto propio.

Volviendo a los poemas, es importante detenernos a pensar en el uso constante de la primera persona. Por un lado, el “yo” es el único anclaje que tenemos para leer el libro como una unidad. Encarna la figura de un viajero o explorador en estado de constante asombro. Por otro lado, este sujeto se muestra de manera borrosa, más bien como una posibilidad encarnada en múltiples definiciones, contradictorias entre sí, como se muestra en los poemas “Rufus” y “Mis traidores”. Veamóslo con el comienzo de un poema significativamente titulado “Creo que me estoy convirtiendo en mí mismo”:

       Mi reloj como un corazón
       -quiero decir, mi corazón como un reloj.
       Cuenta los minutos como dudas.

       Las horas duelen como un calambre.
       Los días son rápidos como un tirón en las costillas.
       así se toma su tiempo un cuerpo.

       Estoy llegando a los treinta y dos años.
       Es bueno, al fin, ser extraño.

En este contexto, el “mí mismo” del título no permanece encerrado en una definición, sino que supone la superación de todo límite. En un poema puede parecernos un sujeto caribeño, por ejemplo, mientras que en la siguiente página “descubro que soy ruso”.

Al tiempo que continuamente prueba diversas aristas e identidades, el “yo” va explorando un espacio borroso, como un viajero de un territorio ignoto que observa y describe imágenes inconexas. En el primer poema del libro, “Todo salió mal”, podemos leer, a manera de poética, los siguientes cuatro versos:

       No confíes en los mapas: son ficciones.
       No confíes en los guías: beben.
       En este país no hay tal cosa como un “norte geográfico”.
       No confíes en los nativos. No confíes en los otros viajeros (p. 15).

Desconfianza en los mapas, en las brújulas y en toda palabra que pretenda reflejar la realidad. De manera consecuente, el viajero tampoco intentará imponer un relato propio. En cambio, dejará fluir, sin darles un sentido único, fragmentos de escritura como reacciones a un paisaje que nunca llegamos a identificar. No hay una narrativa clara: más bien, un ruido de fondo, una espesa niebla. Los versos se concatenan, a veces sin vínculo sintáctico, siempre sin un centro. El procedimiento recuerda, en ocasiones, al surrealismo (“Pistas”), aunque el poeta más citado en el libro es John Keats, quizás por la idea de la fugacidad constante, del nombre propio escrito en el agua.

La lectura del libro, por lo tanto, se convierte en un reto en el que preferimos perdernos. Nosotros también somos exploradores dotados de instrumentos en los que no podemos confiar plenamente. En “Acertijo”, el poeta parece reírse de todo intento por encontrar una respuesta: cada verso es una oportunidad para resolver el acertijo (la “pequeña pintura acerca del mundo”), pero cada verso aleja más las esperanzas. El lector se ve obligado a navegar sin asideros, lo cual puede resultar estimulante. También puede resultar, por otro lado, un procedimiento un tanto agotador y repetitivo: la espesa niebla cubre por igual todos los poemas. Solo algunos destellos, como “susurros chinos”, nos impulsan a seguir adelante. Quizás podríamos proponer el uso de este libro a manera de oráculo: una lectura salteada, espaciada en los días, para que no pierda su capacidad de sorpresa.

En la era de la identidad, de los bandos contrapuestos y de los juicios morales, el libro de Nicholas Laughlin nos invita a un viaje por la ambigüedad. El motivo del viaje y del desarraigo podría recordarnos, en el contexto colombiano, a Álvaro Mutis, pero quizás sería mejor relacionar esta escritura con las apuestas hacia el sin sentido de poetas como León de Greiff y Jaime Jaramillo Escobar. En el plano internacional, podríamos pensar en los universos oníricos de Henry Michaux. Todos ellos nos muestran las posibilidades de explorar lo indefinido como forma de enriquecer nuestros mapas mentales.

Recomendado para quienes quieran experimentar la paradoja de Schrödinger en un laberinto de espejos