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Escribir con la ceguera de las manos

Escribir con la ceguera de las manos

Reseña de 'Rara' de Tania Ganitsky y Sandra Restrepo (2022)

Santiago Erazo
Julián Santamaría

Escribir con la ceguera de las manos

Hace unos años, Tania Ganitsky escribió en su poemario Desastre lento tres versos que con el pasar del tiempo se sentirían como una premonición:

       “Un día no tendré escritura
        sacaré la lengua como los colgados
        inútilmente” (Desastre lento p. 51).

Y es que, como explica Ganitsky en una entrevista con el editor Christopher Tibble para la Biblioteca Luis Ángel Arango sobre su poemario más reciente, Rara (Cardumen, 2022), escribió este libro “a dictado en el computador porque había estado haciendo un posdoctorado en el que me tocaba hacer unas ediciones de video y me sobrecargué. Y como que se me dañaron las manos y tuve que dejar de usarlas por dos años. No podía servirme un tinto, vestirme era muy difícil…”. 

Este no es un detalle menor ni anecdótico. Como bien lo apunta la misma Ganitsky en esa entrevista, las reflexiones en torno a las limitaciones de un cuerpo que “falla”, que se vuelve extraño, y la forma en que se convierte en un obstáculo para que la voz poética se acerque al mundo que la rodea son algunos de los ejes más importantes de los 38 poemas que componen el libroEsto, y el tono desesperanzador que predomina en casi la totalidad del poemario, y que ya se anuncia en los últimos versos del primer poema:

       “Ser el pájaro que se equivoca, que viaja antes de tiempo,
       que no reconoce las señales” (Rara p.7).

Y, poco después, adquiere centralidad en “Colapso”, donde se lee:

        “El cuerpo se vuelve ruidoso mientras deja de funcionar
        Luego, el dolor te somete a un silencio punzante
        Puedo decir que a mis 33 años mi cuerpo hirió mis sentimientos
        y fue un obstáculo en mi camino.
        En esa pausa triste, que no fue tipo suspensión sino colapso,
        hablé con sombras disociadas de los cuerpos que las proyectaban.
        Traté de asir formas con mis manos ciegas.
        No atrapé nada” (Rara p.9).

Como lo sugieren estos últimos versos, el tacto tampoco es una posibilidad al momento de habitar ese mundo de sombras. De ahí que los poemas de Rara no se enfoquen en el mundo exterior, sino en imaginar y crear los espacios y las formas de lo imposible. Se interesa en los límites que hay entre lo material y lo perceptible (que, como el fuego y las sombras demuestran, no son lo mismo). El fuego, que en Desastre lento es ritmo animal ("La respiración de los animales dormidos simula la cadencia / del fuego"), elemento ubicuo ("no hay diferencia / entre el fuego y el agua") o lugar de origen “dirigido y verdadero”, en Rara es fuego “exiguo”, “escasamente real”, y es un oráculo fallido ("El poema triste / se mira en el fuego / sin encontrarse"). Las dudas, lo imposible y el fracaso empiezan a anidar desde la forma en que los elementos se difuminan por el paso del tiempo, los desfases en el mismo, y la fragilidad del cuerpo.  

Existen, en todo caso, tensiones  que surgen al conjugar el reino de lo tangible y lo intangible. Para ver esto más a fondo, detengámonos en algunas palabras de “Primer contacto”: 

        “¿En lo sideral las palabras también flotan?
         ¿Replican en el vacío
        como el timbre de un teléfono?” (Rara p. 15).

Al no interesarse por el inventario de objetos que pueblan el mundo, la voz poética parece más bien darles importancia a las relaciones, los procesos que se establecen entre los propios objetos. Este interés por lo intangible también se vuelve una reflexión sobre las posibilidades del lenguaje, de invocar, de crear vasos comunicantes entre los diferentes fenómenos del mundo. De ahí el lugar tan importante que cobra la metáfora de los “hilos”, un objeto cotidiano que necesita de las manos para urdirse, igual que el acto de escribir:

        “Despierto cubierta por finos hilos
        de pensamiento.
        Ato unos a otros.
        Este tejido matutino, arbitrario,
        marcará el ritmo de mi respiración
        y la iluminación
        de los objetos mirados
             durante el día” (Rara p.11).

Por ese enfoque en la gramática del mundo, en su sintaxis, antes que en su semántica, es que el lector se encuentra con mundos prácticamente desolados, cuya aparición podríamos considerar fantasmagórica. Es en esta dimensión que el poemario tiene una mayor compenetración con las ilustraciones de Sandra Restrepo que lo acompañan. No se trata una apuesta gráfica tímida, puesto que hay ilustraciones que ocupan una parte importante del libro y a veces se toman todo un doble página, de tal manera que se imponen ante el lector y lo obligan a contemplar y mirar con detenimiento.

El diálogo entre lo escrito y lo ilustrado es claro. Se muestra de manera figurativa lo escrito y algunos de los pocos animales y personajes que son mencionados en los poemas. Asimismo, la elección cromática resuena con las alusiones a la luz, a la sombra, y en general a las atmósferas afectivas que estos conjuran. Pero, más allá de esta ejecución de lo que ya está en los textos, hay elementos gráficos más sutiles que nutren la propuesta estética de Ganitsky de una manera más interesante. Nos referimos a las líneas que se tejen entre los poemas que aparecen en el índice del libro. Y es que este es el único lugar donde el lector encuentra una estructura clara sobre el comienzo y el fin de cada uno de los poemas, ya que se optó por no incluir un título al inicio de la gran mayoría de ellos. Ese entramado que se ve en el índice es una ampliación de aquellos “hilos” que ya mencionamos antes y, más que un capricho visual, son una forma de sugerir al lector la posibilidad de conexiones no lineales entre los poemas.

Después de todo, la escritura de Ganitsky es una en la que sus obsesiones (el fuego, la luz, el silencio, el vacío, los animales, el lenguaje) aparecen, desaparecen y reaparecen como chispazos, fulgores, no tanto de una manera lineal. Incluso, podrían pensarse como sombras, visiones que mutan constantemente y que se insinúan por el rabillo del ojo de manera escurridiza. De hecho, algunos poemas son algo así como ensayos, intentos de algo, pero que no llegan a puerto y que se quedan como una escritura cercenada.

Quizá la brevedad de estos poemas sea también la consecuencia de una poética más cerca de la voz oral que de la escritura; más cerca del balbuceo que del artificio de la poesía. En ese sentido, Rara es el registro de una ausencia, de un imposible, un gesto que implica escribir con la "ceguera de las manos". De ahí que el resultado sea un grupo de poemas escritos a tumbos, y cuya factura y calidad no sean del todo regular, un riesgo que pareciera justificarse por lo que aquí Ganitsky consigue.  Después de todo, estamos ante una poesía que no se deja llevar por los ímpetus de la emoción, sino que la circunda, la ronda, sobrevuela sobre ella a manera de un ave de rapiña. Por eso, su poesía se decanta por aquellas formas y emociones que no se dejan nombrar fácilmente, que requieren de los matices, de la mesura. En sus poemas no es extraño encontrar el oxímoron, imágenes contradictorias, que se presentan como la única posibilidad de enunciación de algo que la voz poética no termina de articular. Antes que querer lanzarse a definir un camino, a señalar sin miramientos, la poesía de Ganitsky parece preferir lo indefinido, lo gris, el momento previo a caer sobre la presa. O, si se piensa como una reflexión sobre la escritura, el momento que precede al acto de escribir.

Si volvemos a pensar las condiciones de escritura del poemario, el hecho de que fuera dictado ante un procesador de texto, podríamos sugerir que son poemas que al emanar de la boca antes que de las manos, por simple cercanía al cerebro, siguen rondando en el mundo de las ideas, y no tanto en el mundo de lo físico, o más bien en un estado previo a ser moldeadas y trabajadas desde su materialidad, más cerca al gesto, a la marca de un posible camino a tomar o quizás el rastro de algún animal que desaparece con la caída de la nieve. Es la marca de aquello que pareciera no existir del todo, pero que percibimos, como el fuego y las sombras, y de aquello que queda cuando las cosas se han desvanecido.

Si el verso que, en ciertas de sus ediciones, abre Desastre lento, dicta: “El mundo se va a acabar antes que la poesía”, en Rara nos encontramos con lo contrario, porque parece que la escritura fue la primera en desaparecer:

        “Ahora el mundo está desapareciendo
        pero mi escritura desapareció antes
        con la ceguera de las manos” (p.56).

No obstante, la voz poética encuentra la promesa de un porvenir que le da algo de esperanza después de haberse sumido en el letargo de las sombras en el que se sumió con la falla del cuerpo. Ese optimismo se hace evidente en los últimos poemas del libro con versos como estos:

        “Me curo a solas
        frente al fuego,
        (…)
        y entiendo
        que incluso yo
        soy capaz de cuidar” (Rara p.57)

o

        “Puedo ver el cielo
        mientras escribo” (Rara p.62)

Pero sobre todo en el poema que cierra Rara:

        “Así compone el silencio
        —escribir para vaciarme—.
        No podré escribir toda la vida
        si lo hago bien, 
        apareceré en las constelaciones.
        En la tierra, las personas
        conectarán los puntos
        para ver la figura
              que deshice” (Rara p. 63).

Ese cambio de tono que se encuentra en estos extractos, donde se intuyen algunos atisbos de esperanza en la voz poética y que empieza a alejarse del abatimiento que se encuentra al principio del libro, no tiene mayor explicación dentro del poemario. Sencillamente se da entre algunos de los últimos textos del libro. Aun así, queremos aventurar una respuesta, cuyos indicios también están en ese poema premonitorio en Desastre lento, y que también son aludidos por Ganitsky en la entrevista. Allí, la voz poética presagiaba:

        “Para entonces habré domesticado
        el silencio, 
        que me seguirá como un perro” (Desastre lento p. 51).

Solo que esta vez, su predicción sería incorrecta. Ese proyecto de domesticación, nos afirma la voz poética en uno de los poemas de Rara, “Perro para ciegos”, falla:

        “Cómo no le enseñé antes al silencio
        a escribir por mí.
        Ya no espero que me siga
        como un perro doméstico
        cuando llegue a vieja,
        sino que me guíe
       como perro para ciegos” (Rara p. 22)

Sin embargo, lo que en apariencia parece un desengaño, realmente es una renuncia algo liberadora a la pretensión de dominar lo que parece ser nuestra propiedad, pero a lo que, como ciegos, debemos entregarnos, como si fuera nuestro animal guía: el lenguaje.